-REFLEXION MISERICORDIOSA-
Bajo el puente, hogar improvisado con un colchón y cuatro maderas abandonadas para guarecerse del frío, frente a una vela encendida, estaba Ramón, demacrado y paciente, desenvolviendo lentamente de un envoltorio de celofán su dosis de polvo pervertido.
Con una cucharilla recogió lo mínimo para viajar hasta donde los desheredados se encuentran con Dios. Y de nuevo, parsimonioso, volvió a guardar el resto para más tarde, quizás a media tarde, cuando la adicción le dictara. Lo guardó en uno de los bolsillos de
sus pantalones ennegrecidos por las heces de rata.
Con un poco de saliva diluyó sus esperanzas y los grumos de caballo, hirviendo junto a la vela su cucharilla, otorgante de poder celestial. Una vez el producto quedó diluido, sistemáticamente, depositó la cucharilla sobre un adoquín y sacó la jeringuilla que guardaba
debajo de una tabla, todavía con restos de sangre marchita. Absorbió de la cucharilla la dosis y entretenido miró al verdugo de su juventud. Buscó el callo que las constantes picaduras de jeringuilla le habían producido a lo largo de los años y se pinchó.
A la vez que bombeaba dificultosamente su sangre entremezclada con el caballo iba sintiéndose mejor. Las voces se apagaron, el cielo se tornaba blanco perdiendo el esplendoroso y cálido color azul, las imágenes se tornaban defectuosas, y de nuevo, junto a Dios,
con una jeringuilla colgando de su brazo izquierdo rezó con Él: harto de la codicia, de la envidia, del egoísmo y harto de la humanidad que le desprecia.
Al despertar de sus sueños, evadiendo respuestas y responsabilidades buscaría un rincón donde morir de vergüenza, viendo pasar a más sombras que, como él andaban buscando a Dios.
Tiritando de frío derramaría una vez más lágrimas perdidas, desorientadas, y volvería a encontrarse con Dios para rezar, y esta vez lo haría por su propia felicidad.