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-UN DÍA ME HARTÉ-

Un día me harté.

Me harté de andar junto a lo mezquino e irreal, junto a la despiadada libertad que abofetea el sentimiento de culpa, junto al vaso que se ofrece y presta un cigarrillo al olvido, al cenicero desbordado de materia muerta; cansado de escuchar susurros, gritos, canciones que invitan al deseo, al orgasmo de contrapuestas emociones, orgía de ideas que se masturban solas en mi cabeza… cansado de ti, de tu poca magia, de tus curvas, de tu tos que escupe miedo, de tus vómitos de madrugada hostil, del humo de tu aliento, de tus palabras.

Imaginaste que jamás volvería a sonreír, de hecho jamás volví a sonreírte, jamás lo haré ya, prostituta de los sueños de cientos, de miles de personas enfermas, sin hogar, sin amor, cobijo húmedo de falsas esperanzas que jamás enamoró a nadie, pero te utilizó; maldita, maldita, te llevaste mi cabeza lejos de acá, de donde las nubes nacen del aliento de los ángeles, de donde lo humano roza lo divino, de donde lo divino jamás volverá a ser pervertido. Allá donde el blanco inunda mis pulmones haciéndome escupir sangre y manchando de rojo el infinito.

Me harté de andar por el sendero por donde las ovejas negras desfilan hacia el matadero, paralelas a las demás, juntas, pero separadas, porque la individualidad del imperfecto también provoca náuseas a los ojos del carnicero y las hace distinguirse entre ellas. En fila desordenada unas van y pocas vuelven, el filo del cuchillo refleja muerte, yo ví esos ojos vacíos, rebosantes de rabia, efervescentes de amor incontrolado, peligroso, prohibido. El que coquetea con la muerte debe saber que pocas veces se regresa entero.

Imaginaste que no volvería, que no sonreiría, que jamás te alcanzaría, … pero lo hice, ¿y qué quedó? Un alma muerta.


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